Jueves, 22 de Mayo del 2008

Yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.
Lucas 11:9

Un pensamiento acerca de la oración

Orar es hablar con Dios. ¿No es grandioso que nosotros, seres humanos insignificantes que viven en el minúsculo planeta Tierra, podamos hablar con el Dios Todopoderoso? Orar es una conversación de nuestro corazón con Dios. Así como cualquier conversación no queda sin efecto en nosotros y en nuestro interlocutor, lo mismo ocurre cuando conversamos con Dios. En nosotros hay un cambio.¿De qué se habla en una oración? Podemos hablar libre, abierta y sinceramente a Dios. No hay temas que no podamos mencionar. ¡Tal es la bondad y la gracia de Dios!¿Y cómo contesta Dios a nuestras oraciones? Muy a menudo éstas consisten en pedidos y deseos. Quisiéramos obtener algo de él, anhelamos que cambie algo en nuestra vida o en la de otros. Al orar a Dios debemos contar con toda clase de respuestas, respuestas que siempre vienen de su corazón lleno de amor:–Quizás él diga «Sí» y cumpla nuestro deseo “mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Efesios 3:20):–Puede suceder que nos diga «No», porque lo que le pedimos podría dañarnos o no ser útil. Él sabe mejor lo que es bueno para nosotros y tiene las mejores intenciones:–A veces nos dice: «Espera un poco»:–También puede responder de otra manera a nuestro pedido. Contesta, pero no como lo habíamos imaginado.Pero una cosa es segura: cuando le hablamos sinceramente, cada uno de nosotros debe saber: Dios me oye y me comprende. No me olvida porque me ama.

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Lunes, 19 de Mayo del 2008

El mundo por él (Cristo) fue hecho; pero el mundo no le conoció.
Juan 1:10
Nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo.
Juan 4:42

Creador del mundo ySalvador de los hombres

“Tuya es, oh Señor, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas… en tu mano está la fuerza y el poder… el hacer grande y el dar poder a todos. Ahora, pues, Dios nuestro, nosotros alabamos y loamos tu glorioso nombre” (1 Crónicas 29:11-13). Así habló el rey David.Etán, renombrado por su sabiduría, exclamó: “Tuyos son los cielos, tuya también la tierra; el mundo y su plenitud, tú lo fundaste. El norte y el sur, tú los creaste… Tuyo es el brazo potente; fuerte es tu mano, exaltada tu diestra” (Salmo 89:11-13).Muchos siglos más tarde, los discípulos de Jesús “alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay” (Hechos 4:24).“¿Por qué dices… de mi Dios pasó mi juicio? ¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es el Señor, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance” (Isaías 40:27-28).“Fuera de mí no hay quien salve. Yo anuncié, y salvé”. “Y no hay más Dios que yo; Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí. Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (Isaías 43:11-12; 45:21-22).

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Martes, 13 de Mayo del 2008

En el día de mi angustia te llamaré, porque tú me respondes.
Salmo 86:7

La peor catástrofe

Cierta vez, en un colegio de una gran ciudad de Inglaterra se les pidió a los alumnos de la clase de religión que escribieran en una hoja cuál sería el más grave suceso que se imaginaban que podría acontecerles. Algunos pensaron en una guerra atómica, otros en una enfermedad incurable. Sin embargo, una respuesta muy especial e inhabitual rezaba: «Lo peor sería si todas las oraciones sólo fueran un monólogo». De hecho, ¡un cielo vacío sería la peor catástrofe! Aquí estaríamos solos con todos nuestros problemas y preguntas. Y al final sólo habría desesperación.Pero el creyente sabe que Dios es real y que él escucha las oraciones. Esto no le evita todas las dificultades, ¡por supuesto que no!, pero por más grandes que sean, Dios no lo abandonará. Él oye el llamado de sus hijos, los alienta, les ayuda, los acompaña en las situaciones difíciles y dirige sus miradas hacia un glorioso porvenir eterno.Esto no es un hermoso sueño. Es la realidad. Miles de creyentes lo experimentan diariamente e innumerables son los que ya lo han vivido. Uno de éstos es David, el compositor del salmo citado en el encabezamiento, quien además dice: “Ninguno hay como tú… Porque tú eres grande, y hacedor de maravillas; sólo tú eres Dios… tu misericordia es grande para conmigo, y has librado mi alma… Mas tú, Señor, Dios misericordioso y clemente, lento para la ira, y grande en misericordia y verdad… me ayudaste y me consolaste” (Salmo 86).¡Bienaventurado todo aquel que puede llamar a Dios su Padre y hablarle como tal!

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Viernes, 08 de Mayo del 2008

Desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: “Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
Mateo 27:45-46

¿Por qué me has desamparado? (4)

Sólo podemos abordar con un profundo respeto esta cuarta frase que pronunció Jesús crucificado. Tiene una importancia capital e insondable para nuestro corazón. Desde el mediodía reinó la noche “sobre toda la tierra”. Densas tinieblas cubrieron el país. Ya no había burlas ni injurias, los hombres fueron puestos a un lado. Dios sustrajo a su Hijo de las miradas humanas. Lo que ocurría en ese momento no podía ser visto ni comprendido por una criatura.Nadie podrá jamás penetrar completamente en la angustia de Jesús durante esas tres horas de oscuridad. Nuestro Salvador permaneció en una soledad total, desamparado por Dios, porque expiaba los pecados de todos aquellos que creerían en él. Él, el Hijo amado del Padre, en ese momento fue privado de la presencia de su Dios. ¿Por qué? Porque por amor se había identificado con nosotros, pecadores. Cargó con la maldición que merecíamos a causa de nuestros pecados. Recordemos siempre el sufrimiento de Jesús en la cruz. Sin las horas de expiación, nadie habría podido ser salvo. El castigo de nuestras faltas siempre estaría ante nosotros. En esas horas de desamparo, la santidad de Dios brilló con un esplendor insostenible: Dios condenó a su propio Hijo. Lo hizo por amor, para salvarnos a nosotros que no lo amábamos. ¡Qué eterno tema de adoración para nosotros los creyentes!

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Viernes, 02 de Mayo del 2008

Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.
Efesios 2:13

Dos veces liberado

Una mañana de abril de 1822, dos navíos de guerra británicos encargados de luchar contra la trata de esclavos detuvieron un barco negrero. En la cala estaban amontonados 187 cautivos flacos y hambrientos.Entre ellos había un adolescente, Ajayi, originario de una aldea cercana a la costa de Benin. Una guerra civil había obligado a Ajayi a huir a la selva. Mientras corría, sintió que una cuerda caía sobre sus hombros y le apretaba el cuello. ¡Estaba enlazado como una cabra montés! Fue separado de los suyos, vendido y revendido varias veces. En dos ocasiones trató de suicidarse, pero Dios velaba sobre aquel de quien quería hacer su siervo.Cuando Ajayi fue liberado, subió a un navío que navegaba rumbo a Freetown, en Sierra Leona, donde los esclavos liberados eran acogidos e instruidos. Allí se convirtió al cristianismo. Más tarde escribió: «Unos tres años después de haber sido liberado de la esclavitud de los hombres, descubrí que existe otra esclavitud que no conocía, la del pecado y de Satanás. Le agradó al Señor abrir mi corazón y liberarme de esa esclavitud peor que la primera».Algunos años más tarde, Ajayi salió como misionero al corazón de África y permaneció allí 62 años. Ya no sentía odio por aquellos que tanto lo habían hecho sufrir. Mostró gran compasión y una abnegación sin límites por los que todavía eran esclavos de los hombres y del pecado. El Señor se lo llevó a la edad de 83 años.

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