Miercoles, 20 de Febrero del 2008

Invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás.
Salmo 50:15

La despedida

–Hijo mío, cuando estés en dificultades, no te olvides de orar a Dios. Con estas palabras una madre se despidió de su hijo único que se iba como marinero. Ella estaba muy preocupada por él, pues el joven acababa de rehusar entregar su vida a Dios. ¡Si por lo menos en la angustia se acordara de Dios! –Eso de orar… ya lo veremos… –pensaba alegremente el joven. Él quería dirigir su vida por sí mismo.
Sin embargo, en su primer viaje el joven tuvo un accidente que le hizo pensar en Dios. En un trabajo rutinario sobre el puente del barco, un movimiento de éste, que apenas habría hecho perder el equilibrio a un marinero experimentado, lo tiró por la borda. Mientras caía, oró, diciendo: –¡Dios, si existes, muéstramelo!
Aunque nadie lo había visto caer, Dios lo había visto y oído. En ese momento un marinero quiso hablarle, pero al no encontrarlo, miró hacia el mar y lo vio emerger del agua. El salvamento pudo efectuarse sin demora. Cuando estuvo sano y salvo a bordo, el joven contó francamente que había orado a Dios, pero aún no se decidía a entregarle su vida.
Cuando volvió a casa, acompañó a su madre a una predicación del Evangelio. Entonces se dio cuenta de que estaba perdido a causa de sus pecados y de que necesitaba ser salvo. Confesó su culpa a Dios y obtuvo perdón y paz. Así pudo agradecer a Dios por haberlo salvado, en primer lugar de morir ahogado, y luego de la perdición eterna.


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© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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